Camino de aroma: relatos de una sahumadora

Por Fatima Cabezas Villanueva

Nuevamente llega octubre y con él, la emoción morada que por tantos años me demore en aceptar.

Ir a buscar palo santo y mirra para encontrarme nuevamente con mi morenito, volver a ver a mis hermanos con una felicidad distinta a la de todos los carguillos que realizamos durante el año, y aunque siempre vamos con devoción acompañar a nuestras hermandades vecinas, creando lazos en la fe católica muy difíciles de romper. Esta vez es distinta, es un sentimiento difícil de explicar.

01 de octubre y es el día de la salida del señor, desde muy temprano me dispongo a planchar mi hábito con mucha dedicación, debo estar impecable para ir a verlo.

Llegó la hora de vestir mi túnica morada, uno de los regalos más bellos que pudieron haberme entregado, como es costumbre en algunas hermandades el habito puede ser obsequiado por un padrino, y no fui la excepción, y aunque ya no está en mi vida, en la distancia le agradezco tan noble obsequio. 

Me coloco el largo cordón blanco que simboliza el compromiso con la penitencia, como un acto de arrepentimiento y sacrificio. Inmediatamente sujeto a la altura de mi corazón el detente con la imagen de mi cristo moreno que me otorgo uno de mis mejor amigos, el año pasado, en mi ingreso a la hermandad.

Trenzo mi cabello largo para que el velo lo cubra por completo, mi bello velo blanco, no solo es una expresión de religiosidad popular peruana, si no también uno de los signos que me acercan a mi señor, cubrir mi cabello para mi es una muestra de mi disposición hacia él.

Finalmente estoy lista, el corazón me late a mil por hora, pero paralelamente estoy tranquila, con una paz profunda. Tomo mi sahumador con mis materiales en mi morral, voy en busca de mis padres que me dan la bendición antes de salir y me aseguran que me darán el alcance en la procesión.

Al llegar al lugar de encuentro, siento la energía vibrante de la multitud. Todos están allí por la misma razón: buscar un milagro, una conexión, un momento de paz.

Nos reunimos todos alrededor del señor, un ejército morado rodea el anda para apreciarlo una vez más antes de salir. El Párroco nos da la bendición, realizamos nuestras peticiones y damos gracias por la oportunidad de estar nuevamente aquí, frente a él.

Todo está a punto de comenzar...

El capataz reúne a su cuadrilla para dar las últimas indicaciones y escucho el llamado de la jefa de sahumadoras, llego el momento de encender la madera sagrada, aunque parezca fácil, muchas veces, como dicen las hermanas veteranas, "el palo santo se pone rebelde" y en medio de rezos logramos estar listas.

La banda comienza su trabajo y se escucha la marcha "Padre mío”, puedo ver la santa imagen elevarse y casi sin darme cuenta elevo mi sahumerio también, comenzamos el recorrido y voy al compás del anda, no solo es un acto físico, cada movimiento está cargado de intenciones. El aroma comienza a elevarse y a rodear a quienes pasan a mi lado. Siento que el humo no solo es un símbolo, es una oración que vuela hacia el cielo, llevando las esperanzas y los anhelos de cada devoto.

El humo del sahumerio se eleva en espirales, creando un ambiente casi místico. A medida que avanza la procesión, puedo ver cómo la gente se acerca, atraída por el aroma. Para muchos, el sahumador es un símbolo de esperanza. Me esfuerzo por ser un canal de luz y energía positiva, sabiendo que el Señor de los Milagros es quien realmente otorga los milagros.

Al caer la noche, la procesión llega a su fin. Estoy cansada, pero mi corazón está pleno. Ser sahumadora es un compromiso con mi comunidad y conmigo misma. A través del sahumerio, no solo purifico el espacio físico, sino que también acompaño a los demás en su camino espiritual.

Al regresar a casa, mientras guardo mi habito, agradezco al Señor de los Milagros por permitirme ser parte de esta hermosa tradición. Y así, con el corazón lleno de gratitud, me despido de él por unos días, ya ansió encontrarme con él en el día central.